Fragmentos sobre Alejandra Raffo
" Por el espíritu se va a Dios |
Raúl Zurita / Julio, 1996
Me es imposible dejar de ver la emergente pintura de Alejandra Raffo sino como una práctica al límite de la pasión. Es algo que está presente en cada uno de sus cuadros: una especie de estallido de la carne que emergiera arrasándolo todo hasta quemarnos los ojos con su propio fulgor. Estos cuerpos, estos ángeles caídos, estas piernas y torsos, parecieran estar sometidos a una tensión extrema entre el amor y la destrucción, entre el paraíso y el infierno, entre el éxtasis y el sacrificio, que los hace explotar desde el centro de sí mismo como si buscaran en su propia violencia la redención de su soledad, de su dolor, de su innarrable pérdida. Esta obra nos habla entonces de un conflagración, de un quiebre central que hace que sus figuras estén representando su propio nacimiento al mismo tiempo que nos hacen percibir la presencia de una destrucción implacable. Es como si los mismos cuadros fuesen el escenario de una lucha entre la emergencia de vida y su capacidad de encarnarse en una forma, en un cuerpo y el impulso súbito a la disolución y a la nada. Alejandra Raffo nos va mostrando esa zona casi inaferrable de lo humano, que está allí, que existe en cada uno de nosotros, donde balbuceantes nos levantamos para existir y lo primero que vemos es la ira de la vida, su furia convulsa, su batalla inacabable por alcanzar, contra toda tiniebla y mal, su extravío en la luz: el amor, el alma. Es esa lucha permanente. En uno de los cuadros. El Nombre, entre el estallido centrífugo de las formas surge el fragmento – borroneado- de la Cruz, ahora, aquí, ante nosotros. Es el único cuadro donde la Cruz se decanta y, sin embargo, su presencia tiñe todos los demás, los impregna, hasta alcanzar a ser ella misma el descanso, el soporte que ordena un poco la compulsión de las figuras, que le entrega algo de paz a su estremecido nacimiento. En ese sentido esta pintura es quizás las más desesperadamente cristiana que me ha tocado ver entre los nuevos artistas chilenos. Es algo que va mucho más allá que las gastadas representaciones religiosas; es la sensación de que la fuerza con que estos cuerpos emergen es porque deben vencer la falta, la esplendorosa tristeza de la condena. Y creo que es eso, porque más allá de cuanto pudiese o no decirse, la textura de la obra que aquí Alejandra Raffo nos muestra, su arrebatada belleza, es también una de las formas que adquieren las luchas que no se acaban. Todo arte – al menos el arte que quiero- es al final el retrato de esa lucha interminable: el bien y el mal, la pasión de vivir y el único orgullo tal vez verdaderamente humano: el orgullo de morirse. Personalmente sólo deseo agradecer la tumultuosa luz de esta pintura, su desbordada pasión, estas figuras emocionadas. |